jueves, septiembre 18, 2014

LA FAMILIA BIEN, GRACIAS


Es la familia un bocado ideal para artistas de cualquier disciplina que se aventuren a hincarle el diente. Lo malo es que plato tan apetitoso suele esconder alimentos que se atragantan, o empachan. Y para desgracia de los comensales, la mayor de las veces va sazonado con pócimas venenosas que dan por tierra con el atrevido devorador que pretendía darse un festín.

La familia es un excelente laboratorio. Dramáticamente se utiliza como espejo del momento, de crisis, de convulsiones o alteraciones sociales, etc.. Pero también como un microcosmos desde donde profundizar en un tema, pues gracias a las posibilidades de relaciones, sentimientos y vidas entrelazadas de sus miembros se pueden preparar cócteles explosivos.

Las familias se muestran felices las tardes de fiesta, juegan en el parque, a veces pasean en bici o toman chocolate con churros…; allá cada uno con sus gustos. Lo que es común a todas las familias es la necesidad por fotografiarse sonrientes y alegres como para anuncio dentífrico; después enmarcarán la foto en plata repujada y la colocarán en lugar prominente de la salita de estar.

Entre los variopintos modelos familiares actuales, a nuestro poeta dramático, David Montero, no le preocupan las nuevas familias del mismo sexo, ni las doblemente desdobladas, o de acogidas, o de adopción, o de cualquier otro merengue legislativo que se nos venga encima. El poeta deja de lado el cuerpo a cuerpo y salta al interior, para colarse al otro lado de la fotografía de la felicidad.

Y así poder indagar en una de las grandes fallas de estos tiempos, y es: la falsificación de nuestras propias vidas, dominados por la mentira, el engaño y el desamor.

El amor aletea en torno a la familia de Insomnios, es el sueño imposible que ninguno atrapa.

En Insomnios nuestra familia no puede descansar, siempre alterada, sin dormir, sin encontrar el descanso, la salida.

El sueño no llega. El amor no llega.

La búsqueda del amor. Del descanso reparador.

El imposible.

Todos ocultan. Todos mienten. Todos quisieran dormir, soñar, amar. El fracaso golpea duro en los corazones, y por lógico rebote en sus vidas cotidianas, trabajo…

Las sombras acompañan a nuestros héroes, y apenas los atisbamos en sus oscuridades. Luego, tendremos que atravesar esa oscuridad para completar el mapa de la desazón.

Y el silencio, los silencios, lo que no se dice, lo que no se sabe, lo que no se cuenta, el terrible silencio. La esencia dramática del gran teatro de la segunda mitad del siglo XX. Los perfiles del silencio que van tomando forma en el imaginario de los espectadores y terminan convirtiéndose en griteríos, llamadas, aullidos de desesperación. Qué grande, qué importantes los silencios, marcados o no por el autor, los que se sienten, los que sobrevuelan el drama.

Están los personajes en un espacio cerrado, apenas dibujado por mínimos elementos escénicos, claros y contundentes, marcas sígnicas para un espacio escénico donde luces y sombras, intentarán concretarnos un recorrido por los laberintos de los personajes.

Estructura fragmentada que se recompone con contundentes y trabados microdramas que nos arrastran del sueño pesadilla a la realidad del desvelo. A unos ojos que se reconocen solos en la oscuridad.

Volvemos a la soledad, ay la soledad, cada día más aprisionados en sus cadenas.

No hay un tiempo ni un lugar geográfico concreto. El poeta con gran acierto nos coloca fuera de localizaciones y épocas para dejar a sus personajes desnudos y lanzarlos hacia las emociones, único terreno donde les está permitido existir.

Es este un texto significativo dentro de la dramaturgia del no. El no, no sólo pasa a ser motivo de acción sino el basamento en que se asientan los personajes. Niegan, niegan. Encerrados, perdidos en un paraje agobiante de negaciones que marcan su mundo cerrado y opaco.

Después de todo sabemos que al otro lado de la familia, en el reverso de esa fotografía nos encontramos el reflejo de nuestras propias falsificaciones.

El teatro de David Montero, se va tornando más estilizado, con un aliento poético del silencio, definido, limpio y concreto. Una excelente dramaturgia que desde Andalucía rompe las barreras localistas, alejando tópicos y humorismos convencionales, para mirar descaradamente hacia el actual teatro europeo.


Alfonso Zurro








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