25 de mayo o truman capote
- ¿Cómo conociste a la ameba?
- No la conocí.
- ¿Cómo?
- No lo sé. Si la hubiera conocido, habría sido porque me la habría encontrado alguna vez en el supermercado y me habría fijado en ella.
- ¿Por qué?
- No lo sé.
- ¿Por qué?
- Si lo hubiera hecho habría sido porque se hubiera parado en mitad de los pasillos tratando de recordar qué tenía que comprar o decidiéndolo en ese momento. Y porque en esas tontas encrucijadas, juntos a los berberechos o la lejía, habría sostenido amplios diálogos consigo misma sobre lo conveniente de comprar guisantes o naranjas.
- ¿Y luego?
- Nada.
- ¿Y más tarde que luego?
- Supongo que algún día nos habríamos saludado o yo le hubiera pedido un cigarro y nos habríamos tomado un café o una cerveza o le habría ayudado a decidir que naranjas y no berberechos; y alguna vez ella me habría acompañado a casa o nos habríamos llamado por teléfono y ella me habría enseñado sus libros, los que no había escrito y nos habríamos reído de ellos.
- ¿De los libros?
- De ellos.
- ¿Ellos?
- Sí, ellos.
- ¿Quiénes?
- ¿Quiénes qué?
- ¿Qué?
- Sí.
- ¿Quiénes son ellos?
- ¿Quiénes?
- Eso.
- Yo qué sé.
- ¿Y?
- Etcétera.
- ¿Y después?
- Un día decidió que ya estaba bien.
- ¿Y?
- Y se fue, claro.
- ¿Dónde?
- ¿A Sánlucar de Barrameda? No sé.
- ¿Pero antes?
- Antes lo que le he contado.
- ¿Qué?
- Risas, cigarros, libros, miradas, naranjas. Ya sabe.
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