sábado, diciembre 27, 2008

llamadas telefónicas

B está enamorado de X. Por supuesto, se trata de un amor desdichado. B, en una época de su vida, estuvo dispuesto a hacer todo por X, más o menos lo mismo que piensan y dicen todos los enamorados. X rompe con él. X rompe con él por teléfono. Al principio, por supuesto, B sufre, pero a la larga, como es usual, se repone. La vida, como dicen en las telenovelas, continúa. Pasan los años.
roberto bolaño. llamadas telefónicas.

jueves, diciembre 11, 2008

todos los síntomas son una especie de geografía; llevan a una persona en ciertas direcciones, la conduden a determinados lugares y no a otros. son un programa de cosas que hay que evitar, una serie de señales de advertencia. puedo ser abiertamente fóbico, u obsesivo, o retorcidamente histérico; da igual, mis síntomas trazan los límites de mi vida: me limito a cierta clase de situaciones, me acerco a ciertas personas pero tomo precauciones con otras. como padres ansiosos, mis síntomas me vigilan; mi sufrimiento me proporciona estabilidad. cada segundo que pasa, la vida está metamorfoseándose, las células del cuerpo mueren y se reproducen a una velocidad impresionante en el constante empuje hacia la desintegración física; no obstante, la experiencia nos dice que, al menos en ciertos ámbitos de nuestra vida, hay algo de certeza en este turbulento oficio de vivir (cuando es insoportable, nos sentimos "atascados"; cuando es reconfortante, lo llamamos hábito). el factor inevitable del cambio encuentra su aparente contreapeso en la naturaleza ineludible de los síntomas. hay partes de nuestra vida -las preocupaciones eróticas las inclinaciones profesionales, muy por encima de la comida o el ocio- en las que no hacemos otra cosa que repetirnos, pro no decir, literalmente, citarnos. por eso, el no siempre obvio placer que producen los síntomas -aunque sólo sea por ironizarse a sí mismos como "personajes"- plantea siempre la cuestión de por qué, en un momento de la vida, queremos perder un pasatiempo tan abosrvente y sobrecogedor, desembarazarnos de una preocpuación tan fascinante.
cuando alguien finalmente pide ayuda, su actitud con el tiempo (el tiempo de su vida) y el espacio (los lugares o situaciones en los que puede participar) ya está cambiando. al síntoma extraño se le pide que se convierta en comunicación, en mensaje provechoso, para así reclutarlo en favor de proyectos en desarrollo en lugar de utilizarlo para bloquearlos o sabotearlos. tiene que haber algo que uno quiera bastante y que el sínoma frustre, y esa obstrucción debe haberse vuelto insufrible. (...) en otras palabras, el síntoma, si funciona, si se vuelve lo bastante insoportable, nos fuerza a reconocer que tenemos proyectos. hay ciertas cosas que, por alguna razón, parecemos desera realmente. el síntoma nos fuerza a reconocer aquello de lo cual no podemos escapar.
(...)
el escepticismo es un refugio de la convicción y la convicción es un refugio del escepticismo. cada uno de ellos es un alivio de la tiranía del otro, pero esas dos partes de nosotros mismo, esos dos papeles que podemos interpretar, siempre se envidian mutuamente y suelen creer, en secreto, que es la otra la que la salvará, la que podría ser la más feliz. por eso, nunca deben encontrarse, porque temen a la conversión y para ambas la conversión es la única forma de cambio. de hecho, es la sospecha mutua lo que las sostiene y fortalece. en otras palabras, las dos exaltan el riesgo para no tener que arriesgar.
adam philips. la caja de houdini (sobre el arte de la fuga).

viernes, diciembre 05, 2008

BORRACHO 7: Pues yo, la vez que yo me acuerde que más bebí y que más borracho me puse fue en el entierro de mi primo Manuel. Mientras estábamos en la iglesia, a mí me dio por pensar en la muerte. Me dije: fíjate, ayer mismo, tu primo Manuel estaba tomándose una cervecita contigo contándote que se había alquilado un apartamento en la playa para el mes de agosto. Y ahora da igual el apartamento en la playa, da igual la cervecita y da igual de todo. No somos nadie. Fue en noviembre. Sí, mi primo era muy previsor. ¿Y para qué le sirvió prevenir las cosas con tanta antelación? Para nada. Para perder la señal que había dado por el apartamento en Chipiona. Eso es la vida. Porque yo quería mucho a mi primo, estábamos muy unidos, ya digo, el día anterior habíamos estado juntos. Y para mí fue como si me hubiera caído una bomba encima. Y pensando esas cosas y hablando de la vida y de la muerte con mi tío Manuel, el padre de mi primo Manuel, empezamos a beber aguardiente y más aguardiente, y seguimos hablando de la vida, de las cosas de la vida, allí, en el bar de al lado del cementerio. Y nos emborrachamos tanto que compramos dos botellas más de aguardiente, nos metimos en un taxi y nos fuimos a Chipiona. Llegamos a la playa y hacía un frío de morirse. Claro, es que era otoño, otoño, casi invierno ya. Y allí seguimos, bebiendo y hablando de la vida y de la muerte, de esa cosas, hasta que subió la marea y nos mojó. Y nos dio igual que nos mojara. Eso es todo. Brindo por mi primo Manuel, porque Dios lo tenga en su gloria. Buenas noches.

martes, diciembre 02, 2008

la mujer del peluquero

Sonido de tren sobre el oscuro. Peluquería. Entra la Ella con su maleta en la mano y mirando todo con curiosidad. Ella. Hola. Peluquero. Hola. Ella. ¿Cómo se llama esta ciudad? Peluquero. Peluquería. Ella. Bonito nombre. El peluquero la sienta en un sillón con secador y la pasea por todo el espacio. Se detiene en frente de un espejo sin cristal. Luego, saca una tijera inmensa y va cortando el aire alrededor de su cabeza. De vez en cuando, se aleja para contemplar su trabajo. Peluquero. Oh, hermoso, sublime. Vuelve a cortar el aire. Peluquero. (Ofreciéndole las tijeras.) Ténmelas. Ellas la coge. Él da la vuelta y se coloca al otro lado del espejo. Coge tres cajas de zapatos. Peluquero. Elige una. Ella. Ésta. Peluquero. ¿Ésta? Ella. No, ésa. Peluquero. ¿Ésa? Ella. No, aquella. Peluquero. ¿Aquella? Ella. No, la otra. Peluquero. ¿Cuál? Ella. Ésta. Peluquero. ¿Ésta? Ella. No, ésa. Peluquero. ¿Ésa? Ella. No, aquella. Peluquero. ¿Aquella? Ella. Sí. Ábrela. Peluquero. ¿Seguro? Ella. Pues… Peluquero. ¿Ésta entonces? Ella. No, ésa. Peluquero. ¿Ésa? Ella. Aquella. Peluquero. Aquella. Ella. La otra. Peluquero. La otra. El peluquero, en mitad del juego, pone una caja encima de la otra y sale por un lateral. Ella. ¡Eh! ¿Dónde vas? El secador empieza a funcionar. Ella ríe sin medida. Pasa de la risa al llanto sin solución de continuidad. Ella. Hay un momento del día o del viaje en que te preguntas si merece la pena. Así estoy yo. He leído libros que describen minuciosamente este estado. Hablan de ropas polvorientas, de la maleta vacía, de flores arrancadas, del reloj y sus miserias. Los libros dan soluciones: asomarse a la baranda del cielo, vaciar las botellas en los husillos, volver a casa. Pero yo estoy feliz. Creo que se viaja para llegar aquí. A esta peluquería. Vuelve el peluquero. Peluquero. (Se arrodilla.) Te amo. Cásate conmigo. Ella. ¿A qué hora? Peluquero. A las seis y media. Ella. A ver. (Mira su reloj.) Oh, me temo que no me daría tiempo a comprarme el vestido. Peluquero. Da igual. Ella. ¿Que da igual? Si me quisieras, no dirías que da igual. Peluquero. Sí te quiero. Ella. No me quieres. Peluquero. Sí te quiero. Mira. Se coloca al otro lado del espejo. Peluquero. Te amo. Cásate conmigo. Ella. Sí. Peluquero. (Asomándose desde el espejo.) Por el poder que se me ha concedido, yo os declaro marido y mujer. Puede besar a la novia. Vuelve detrás del espejo, cierra los ojos y ofrece sus labios para el beso. Ella le ofrece la mano. Al rato, él abre los ojos y se rinde. Peluquero. Ya no me quieres, ¿verdad? Ella. Pues… Peluquero. Dime la verdad. Ella. No es eso, es que… Peluquero. Si me quisieras… Ella. Llevas razón. Ya no te quiero. Peluquero. Lo sabía. ¿Hay otro? Ella. Verás… Peluquero. Dilo. Ella. Yo… Peluquero. Lo hay. Ella. No es lo que parece. Peluquero. ¿Vas a tirar por la borda un minuto de relación por una simple aventura? Muñeca. No llores. Peluquero. No me digas lo que tengo que hacer. Muñeca. Ríete. El peluquero ríe. Muñeca. Ya. El peluquero deja de reírse y canta la canción del adiós. Peluquero. Adiós es una palabra que tiene cinco letras, la primera es bonita y la última muy fea. Muñeca. Podemos seguir siendo amigos. Peluquero. Lo siento, esta ciudad es demasiado pequeña para los dos. Muñeca. ¿Estás seguro? Peluquero. Completamente. Ella se levanta y coge su maleta. Quiere darle un beso, así que cierra los ojos y ofrece los labios. El peluquero ofrece su mano. Tras unos segundos, ella abre los ojos y se rinde. Camina de espaldas, sin dejar de mirarlo. Justo antes de salir, se detiene. Muñeca. Nunca te olvidaré, ex-esposo mío. Peluquero. Yo ya te he olvidado. Muñeca. ¿Quién eres? Me suena tu cara. Peluquero. Soy… Ella dice adiós con la mano, pero no se va. Él coge su tijera y corta el aire. Peluquero. (Para sí.) Bueno, la vida sigue. La vida sigue. Tengo muchas obligaciones y no puedo detenerme por un simple amor. Porque ¿qué es el amor? Menos que un resfriado, menos que un chaparrón. Es tan poca cosa como un cáncer o una amputación. (Se conmueve.) Pero la quería tanto. ¿Qué voy a hacer sin ella? (Solemne.) Como alcalde de peluquería, declaro tres días de luto nacional. Las banderas ondearán a media asta, los pájaros no cantarán y… y… Y todo eso. Oscuro